martes, 3 de mayo de 2011

EL CAOS DETRÁS DE LA LÓGICA


Mancilla Gómez Abigail

Mi corazón late cada vez más fuerte. Jaque. Mi contrincante parece no haberse percatado del error que podría costarle la victoria. Los murmullos no cesan. El tiempo no se detiene. Un ligero movimiento de la pieza sobre el tablero hace temblar a mi oponente; frota las manos contra su cara en señal de desesperación mientras observa a su dama abandonar el juego.

-¡Ya gané!- exclamo para mis adentros. Una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro, tan solo un suave desliz de mi torre y su rey será mío. Río de forma casi perversa, perdido en un mar de divagaciones, sin percatarme de lo que viene.  En un segundo veo mis ilusiones derrumbarse al suelo.

-Tu turno- dice cínicamente mi adversario y detecto cierto tono burlesco en su voz. Presiona el botón del reloj que lleva la cuenta de lo que a estas alturas no es más que una simple metáfora, porque ¿qué es el tiempo cuando no quedan expectaciones? una nada que marca la diferencia entre estar en la cima y caer precipitadamente.

Repaso las jugadas en mi mente tratando de entender, explicar, justificar..., ¡al diablo el razonamiento lógico-matemático!, un momento tienes la victoria, y al siguiente, puedes sentir como se escapa entre tus dedos. Froto  mis manos contra mi pantalón. Siento la presión de las miradas,  me pesan, me fastidian, me desconcentran; sin embargo continúan, calculando mis errores, elucubrando sobre las posibilidades de un juego que no les pertenece.

Mi caballo relincha. Su ímpetu no se debilita a pesar de las circunstancias. Cobra fuerza y remonta el vuelo, está consciente de su sacrificio y lo ejecuta con dignidad. Sabe que su deber es proteger al rey, que llegó hasta las últimas consecuencias y que en el ajedrez como en la vida, se debe saber perder para poder ganar.

Ambos tenemos pocas opciones. Yo lo sé y el advierte en mi rostro esa certeza. Las consecuencias fatales que iniciaron con un gambito se dejan caer de manera abrupta sobre nuestros hombros. Me ofrece tablas, ¿para que las necesite sino me estoy ahogando?–No gracias- le respondo. Me siento como una pieza de los tableros lúdicos, manejado por el destino a su antojo, puedo percibir como me cambia de posición y se divierte ante mi fragilidad.

-No se trata de una práctica para mentes débiles-, decía mi tío cuando me enseñó a jugar, -es para inteligentes, como tú- y concluía diciendo -si sabes jugar ajedrez, sabes jugar a la vida-.

Pienso en el Turco, aquella máquina creada por Wolfgang von Kempelen, ¿Cuántas veces no puso en jaque a la realeza, burlándose de su soberbia y arrogancia?, tal como hace este joven de playera negra, cabello castaño y ojos cafés, cuyos lentes me impiden penetrar de manera más profunda en su mirada.

Él, a quien apenas conozco, me muestra mi propia insignificancia. Tal vez mi impetuoso orgullo no me permite ver más allá de lo que pasa frente a mis ojos.  Y es justo delante de ellos, que se muestra, como una revelación, una posibilidad latente durante todo este tiempo  que ignore deliberadamente.

He perdido por completo la noción del tiempo. Después de la primera hora los minutos transcurren con demasiada relatividad, lentos y desesperantes cuando es el turno del contrincante,  rápidos e insuficientes cuando soy yo el encargado de la jugada.

Mi peón avanza una casilla, después de un largo camino consigue llegar al final del tablero. Mientras tanto las sillas van quedando vacías, donde antes había personas quedan residuos de emociones, por cada sonrisa que veo percibo expresiones que me resultan poco alentadoras.

A pesar de haberse mantenido durante más de cinco  minutos analizando su jugada, consiente de la importancia de su decisión, coloca su pieza en el único lugar prohibido del tablero, -¿Qué estás haciendo?- lo cuestiono con la mirada, como si no pudiera creer lo que ven mis ojos. Mi expresión de sorpresa lo devuelve a la realidad.

 La enorme paradoja de la vida nunca deja de sorprenderme, es una regla general que no podemos explicar, algunos le llaman destino, casualidad, o buena suerte. El hecho es que el mundo da muchas vueltas y acaba de dar un giro inesperado.

Ocurre tan rápido que ni siquiera puedo explicarlo. Cuando se percata del error que acaba de cometer ya es demasiado tarde. Con un suave golpe derriba su pequeña pero simbólica pieza. Su rey ha caído.

Jaque mate. Fin del juego




      


No hay comentarios:

Publicar un comentario